domingo, 17 de febrero de 2013

Mochileros 2008 Capítulo 4



Llegamos a casa de la misteriosa pariente de beta. La cual, amablemente, nos proporcionó un cuarto en la azotea, alfombrado hace miles de años, y con un permanente olor a orina de gato. Fue la mejor habitación de todo el viaje.
La mañana siguiente nos levantaron temprano, pues el siempre listo tío Germán, tenía prevista una excursión “al popo” como él le llamó. Yo estaba sumamente emocionado, pues jamás me imaginé que en nuestro viaje conocería las alturas del Popocatepetl; además, la perspectiva de un reencuentro con aquella substancia maravillosa llamada “nieve” me producía bastante expectación. Cargamos las camionetas con lo necesario y partimos. Mi visión inexperta me mostraba el volcán más famoso de México a lo lejos, pero conforme fue pasando el tiempo nos fuimos acercando, y el volcán se hacía cada vez mas grande. Yo soñaba con escalar las faldas y asomar mi cabeza por el cráter para ver la lava borboteando en el subsuelo. Iluso de mí.
Lo más emocionante y aventurero de la subida al popo, fue eso. La misma subida, el camino era tan pedregoso y fangoso, que las camionetas, o más bien la nuestra, que era una windstar, perfecta para recoger a los chiquitos en la escuela, pero sin grandes aptitudes para escalar volcanes, como podrán imaginar. A pesar de eso, y después de varios leves atascamientos, logramos llegar a nuestro destino. El monasterio del silencio. 
Aquella era una construcción en medio de las faldas del volcán, con una decoración única y rimbombante. Según nos informaron, era un monasterio de silencio, en donde algunos monjes vivían en completo silencio. También nos contaron que se aceptaban huéspedes que quisieran quedarse ahí cortas temporadas y que fueran lo suficientemente valientes para atenerse a las reglas del monasterio. En el pequeño tour de las partes que se podían visitar, nos mostraron la capilla de meditación, y las habitaciones para huéspedes; pequeñas, pero acogedoras.
Era un pecado desaprovechar la mística que creaba el ambiente; altura, frio y silenció era una combinación perfecta para mis negras intenciones. Ataqué. Me separé del grupo con Ariana, mientras platicábamos en susurros, la coquetería era evidente. Sin embargo, la situación para que pasara algo mas era ciertamente desalentadora. Beta, con ojo crítico, nos cachó mientras divagábamos incoherencias mientras disfrutábamos del clima y el paisaje, hasta nos sacó una foto. No me atreví a abrazarla, el tío Germán podría aparecer en cualquier segundo, y yo no tenía las más mínimas intenciones de ser abandonado para siempre en el monasterio del silencio, así que reprimí mi libido, y me contenté con los susurros.
Salimos del monasterio; congelados y listos para tomar un chocolate caliente en una pequeña cabaña de madera que vendía el brebaje a precios exorbitantes, sin embargo, valía cada centavo. Charlamos y reímos animadamente, la estruendosa risa de Beta estuvo a punto de provocar un alud en el volcán, pero logró contenerla antes de provocar una catástrofe. Alfredo se encontraba mas huraño de lo normal, pues el frio le molestaba. En este punto ya estábamos tan acostumbrados a sus humores de menopáusica, que nadie le hacía caso.
Grandísima fue mi decepción cuando emprendimos el descenso del Popo, pues lo mas cerque que había estado del cráter, era a unos cientos de kilómetros, después me sacaron de mi ignorancia diciéndome que solo personas muy preparadas y con licencia pueden acercarse a las verdaderas faldas del popo. Era mi turno de ser el huraño del grupo. Aunque mi desanimo no duro demasiado tiempo…

jueves, 16 de agosto de 2012

Mochileros 2008, Capítulo 3



Lo único memorable de aquella comida, fue la soberana enchilada que me acomodé, con lágrimas, mocos y todo. Saliendo del restaurante, nos fuimos a visitar una pintoresca fábrica de relojes, en la que nos sorprendimos de las chingorrocientas maneras diferentes en las que se puede medir el tiempo. Recorrimos la fábrica a paso veloz, y después el tío Germán nos llevo a ver dos de las iglesias más representativas de puebla; la primera, cuyo atractivo era una virgen María gigantesca que colgaba atrás del altar. Impresionante, es una lástima que nunca he sido aficionado a las iglesias y su arquitectura. Sin embargo debo de admitir que la segunda iglesia me atrajo mucho más. Aunque no contaba con ninguna escultura gigante, y a simple vista parecía una iglesia común y corriente, vista más a detalle, se notaba que todas las paredes y el techo estaban recubiertas por pequeñas esculturas de rostros, rostros de niños con diferentes expresiones, sin embargo, la expresión que mas predominaba era la de susto. Nos contó el celador de la iglesia varios mitos y leyendas a cerca de tal o cual rostro. No cabe duda que era una iglesia impactante.
Mientras tanto, mis planes de coqueteo con Ariana iban a paso de tortuga, pues como no íbamos en la misma camioneta, yo solo podía trabajar en las breves bajadas. En las que, para acabarla de chingar, estaba su padrastro y guía del tour, el tío Germán. En una de las paradas, un anciano chimuelo y bonachón, nos dio a probar una bebida del diablo, que con todo respeto, a mí me supo a excremento de escarabajo. Sin embargo, el campesino hablaba orgulloso de su espeso brebaje, y hasta nos enseñó como identificar cuando estaba bien preparado y cuando no. Tiró el resto de su pócima al suelo formando el “alacrán”. Los que conozcan el pulque, entenderán de lo que hablo, los que no lo conozcan, háganse un favor y mantengan esa bendita ignorancia.
Aún con el pútrido sabor del pulque en la boca, llegamos a Cuexcomate. Las leyendas cuentan que es un pequeño apéndice del mismo Popocatepetl. Eso nunca lo sabré. La realidad, es que enfrente de mí se encontraba un volcán en miniatura, alrededor del cual, el ingenioso gobierno había construido un parque, convirtiéndolo así en una pequeñísima atracción turística. Aún más me sorprendí cuando me dijeron que se podía entrar, y la entrada estaba en el mismo cráter. Como buenos jóvenes aventureros, Alfredo y yo, ignoramos las escaleras turísticas, y emprendimos una carrera hacia el cráter escalando con manos y pies, por uno de los lados del volcán.
Bajamos a las entrañas del volcán, ahora sí, por la escalera de caracol que te conducía a una pequeña plataforma la cual no tenía ningún chiste. Sin embargo ya estábamos ahí. Alguien sugirió una foto, y yo no dudé en abrazar a Ariana. El tiempo era corto, tenía que aprovechar las pequeñas oportunidades si quería llegar a algo, y claro que quería. 
La siguiente parada fue el pueblo universitario de Cholula, donde se encuentran las mejores universidades de puebla, y el cual se ha convertido en una pequeña ciudad universitaria, por la gran cantidad de jóvenes que ahí habitan. Sin embargo también tiene sus atractivos, como por ejemplo la iglesia que visitamos, que fue curiosamente construida sobre las ruinas de algún antiguo templo prehispánico, probablemente olmeca. Para llegar a ella, tuvimos que subir una cantidad nada despreciable de escaleras, las cuales dejaron a más de uno sin aliento. Y por mi lado, no dejé de platicar con Ariana, con la esperanza de que las palabras me sirvieran de puente hacía sus placeres. Había bastante frío y el papa de beta consintió a su yerno prestándole su chamarra. Existen pruebas de esto.
Subimos a la cúspide y nos deleitamos con el paisaje del atardecer, que delineaba cuidadosamente la forma del Popocatepetl, que nos saludaba echando una abundante humareda. Desde el otro extremo de la iglesia, se podía observar desde lo alto, los jardines de un manicomio, si no me equivoco, solamente para mujeres. Aunque he escuchado mucho de ellos, nunca había visto uno verdadero; recuerdo que me causo cierta impresión.
Bajamos de la iglesia cansados y congelados, había sido un día largo y solo queríamos dormir. Como las hijas del tío Germán vivían en Cholula, ellas se quedaron a dormir ahí, mientras nosotros regresábamos a puebla a dormir en la casa de una amabilísima señora, cuyo parentesco con beta no recuerdo.
En la camioneta, de regreso. La mamá de beta se echó un comentario que marcaría su mejor aportación para el viaje, y para esta historia, contada cuatro años después del suceso original.
Mientras manejábamos de regreso a puebla, Tía beta, como si se le ocurriera de repente, soltó
-- Para mi que ese Tomy, solo se quiere agarrar a Arianita—
Mis estimados lectores, se podrán imaginar la expresión de su tímido narrador, a sus apenas 21 años, al ser descubierto con las manos en la masa, por nada menos, que la tía de la futura víctima.   
Afortunadamente no había un espejo, así que no pude apreciar el color rojo que sin duda me encendió el rostro. Sin embargo… antes de darme tiempo de pensar en lo que podría responder. La tía beta continuó:
--Lo bueno es que si se deja—
Todos los trupilantes de la camioneta reímos a carcajadas, incluido antuancito, que no entendía ni qué estaba pasando. Yo por mi parte, sentí un tremendo alivio y decidí hacerme al dormido el resto del viaje. No me quise arriesgar a recibir otro comentario como aquel.

domingo, 12 de agosto de 2012

Mochileros 2008. Capítulo 2



La fiel camioneta familiar nos llevo directo hasta un poblado cercano, donde vimos un parque con la cabeza olmeca más pequeña que se ha encontrado. Lo único relevante del ese pueblo, además de la cabezota, fue el dulce de leche, o bomba diabética que compró Alfredo en el mercado;  que hoy en día su veganismo le prohíbe disfrutar.
Dejamos la cabeza olmeca con la promesa de encontrar por el camino alguna más grande, y nos dirigimos al encuentro con el tío German, (hermano del papá de beta) y su familia, pues harían una parte del viaje con nosotros.  No comimos nada en todo el camino, por eso cuando el tío German, un tipo generoso y con un inagotable sentido de la aventura, nos dijo que nos había comprado la comida, yo no pude más que adorarlo. Nos disparó un manjar desconocido para mi paladar, que una vez engullido, pregunté por su nombre, se llamaban cemitas. Yo no sé si fue el hambre o la distracción, pero debo de confesar que mi agudísima vista (-3.50 de miopía, en ese entonces)  no logró divisar a su hija en ese breve encuentro. Ya habría tiempo para eso.
Con un frío del carajo, llegamos a unas paradisiacas cabañas, a las cuales lo único que les faltaba era unos centímetros de nieve para poder pasar por cabañas estadounidenses de vacaciones. Alrededor de las cabañas había un bosque de arboles altos y separados. Los viajeros no taramos en retratarnos en el bosque, con nuestras mochilas al hombro. Se podría catalogar ese momento, como el verdadero comienzo del viaje.
Esa noche hubo una agradable convivencia, donde combatimos el frio alrededor de una chimenea, los más prudentes con café, y algunos otros con algo más fuerte. Estábamos cansados por el viaje, así que la plática no prosperó mucho, sin embargo, esta vez no se me escapó. La hija del tío Germán sorbía su café en un rincón, no hablaba con nadie. Siempre me ha atraído el silencio; yo tenía un nuevo objetivo.
Dormimos bien tapaditos, pues hacía tanto frio que algunas partes del cuerpo parecían encogerse, ustedes me entienden.
Despertamos al amanecer.  Siempre he asociado el olor de la madrugada con la sensación de viaje; aunado al frio, completaba sentimiento a la perfección. Cada familia en su coche, partimos a turistear. La primera parada fue un mirador. Consistía en un piso de cemento y un barandal al borde de un barranco. Abajo, muchos metros abajo, la vista era increíble, pues se podían ver las montañas, los senderos que se formaban entre una y otra, y las copas de los arboles entrelazándose. Si observabas atentamente, podías distinguir el suave vaivén de las hojas, siendo movidas por el viento. En conjunto asimilaba que el bosque respiraba coordinadamente, como el pulmón gigantesco que en realidad es.
Llegamos a piedras acomodadas, que básicamente es un latifundio donde las rocas tienen formas curiosas, y están sobrepuestas unas con otras, desafiando, a simple vista, las leyes de la física. Caminamos por un buen rato por los senderos. Montamos un caballo de piedra, sobre el cual tía beta manifestó su odio contra su yerno (Alfredo) cortándole la cabeza en todas y cada una de las fotos.
En un panorama tan paradisiaco como aquel, decidí empezar mi coqueteo. Ariana tenía frio, y yo no dudé en quitarme el suéter para dárselo. Luego, en una bajada peligrosa, le ofrecí mi mano para ayudarla a bajar. Aun pasado el peligro, no la soltó. No me quejé.
A partir de ahí estuve platicando con ella el mayor tiempo posible mientras planeaba como lograr mi cometido. Cuando salimos de piedras acomodadas el papa de beta nos llevo a un restaurante bastante peculiar, pues estaba construido al borde de un precipicio, lo que convertía sus ventanas de cristal en un paisaje digno de admiración. Siempre me ha parecido que cuando dos personas quieren, el destino las ayuda. Me tocó sentarme al lado de Ariana.

miércoles, 25 de julio de 2012

Mochileros 2008. Capítulo 1


El viaje comenzó el 25 de julio. Justo un día después de cumplir veintiún años.  Mi pequeña fiesta había resultado bastante interesante, y había terminado por sacar al último borracho como a las 5:30 de la mañana, cuando su descaro lo hizo orinar en mi jardín, y lo tuve que invitar, sin modales, a que se retire de mi casa.
Partíamos temprano, yo ya había dejado lista mi maleta de alpinismo, comprada con fines de maltrato, y pude dormir un par de horas antes de asistir a la cita. Era en casa de Beta.
Mi padre me llevó hasta el punto de reunión; el plan era que los papás de Beta nos llevaran hasta puebla, y ahí nos separaríamos de ellos y llevaríamos nuestro propio e incierto sendero. 
Los protagonistas de esta historia serán cuatro: Beta, cuyos padres son grandes conocedores del territorio mexicano, y nos harían el favor de llevarnos hasta puebla. Alfredo, novio de beta y mi mejor amigo,  viajero con experiencia previa en mochilazos, rides, y trato con hippies. Ale viaje, una de las pocas mujeres que tuvo los pantalones de aventurarse con nosotros en uno de los viajes de nuestras vidas. Y Tomy,  su humilde narrador,  que no contaba con nada de experiencia, pero si con mucha actitud y sentido de aventura.
Al fin llegamos todos a casa de Beta, desvelados, cansados, emocionados, y ¿por qué no decirlo? Un poco asustados.
Era temprano, pero nosotros estábamos ansiosos por partir pues sabíamos que nos esperaba un largo viaje. Cuando la camioneta estuvo llena de nuestros cachivaches, zarpamos sin demora, al papá de beta le “pesaba la pata” y recorrimos la autopista a una velocidad nada despreciable. Las niñas hubieran querido ir un poco más despacio. El recorrimos la carretera sin contratiempos, e incluso el hermanito de beta de un año, Antoine, se comportó como un niño grande y casi no lloró. No sabíamos lo que nos esperaba.
Llegamos a Acayucan a eso de las 11 de la noche. Por lo cual solo tuvimos tiempo de tomar una rápida cena y descansar para el día siguiente. Pues faltaban varios kilómetros por recorrer. Dormimos en un hotelito de paso el cual el papá de beta tuvo la bondad de pagar. Pero nos advirtió que no nos acostumbremos.  Todavía me es difícil entender por qué estar sentado en la parte trasera de un vehículo resulta tan agotador, pero la verdad es que dormimos como bebés.
Despertamos con el sol. Pues el papa de beta había planeado algunas paradas para hacer el día un poco más divertido que el anterior, que había sido específicamente para viajar.  Tomó el desvío hacia los Tuxtlas, que es un conjunto de pequeños poblados mágicos de Veracruz.  Nuestro primer destino fue la cascada. Unas enormes cataratas donde habían sido grabadas varias películas; entre ellas, la famosa apocalypto. Según los rumores, es la cascada desde la cual se tira el personaje principal del famosísimo video de youtube,  apocalypto yucateco… si, aquel de “este es mi tereno”. Al papa de beta le hubiera gustado un pulmón extra para bajar las escaleras que nos condujeron a los bajos de la catarata, donde el estruendo del agua era ensordecedor, y las partículas flotantes de H2O te empapaban aunque no quisieras.  
Aún más impresionante que la misma cascada, era la vibración que el agua producía. La sensación de que las piernas te estaban temblando aunque estuvieras a una distancia considerable de la caída de agua. Los chamanes del lugar dicen que la energía del lugar es mágica y altamente curativa. El grado de veracidad es un misterio. Lo cierto es que a pesar de estar lejos de ahí mis piernas seguían teniendo esa sensación entre entumida y temblorosa que me resultaba tan extraña. 

domingo, 24 de junio de 2012

Mochop


Catalino Pech contaba ya con ochentaicuatro navidades, no podrías encontrar ni una sola cana en su cabellera.  Todos los días, sin excepción, se levantaba a las cuatro de la mañana, y manejaba su destartalada bicicleta hasta el ayuntamiento del pueblo. Ahí, junto con sus colegas de trabajo, recorría las calles del pueblo en un flamante camión de basura patrocinado por el nuevo gobierno. Recogía hasta la última bolsa de papitas que se atrevía a cruzarse en su camino, y presumía de dejar siempre los botes de basura donde los había encontrado, y no tirados a la mitad de la calle, aún la tapa.
Pese a su dedicada forma de trabajar, Catalino terminaba sus labores de basurero a eso de las 6:30 de la mañana, pedaleaba a su casa y tomaba un breve desayuno que normalmente constaba de tortillas y huevos; eso sí, en diferentísimas presentaciones. A más tardar a las 7:00 ya se encontraba en el plantel.
El henequén era su verdadero trabajo, Catalino había pasado gran parte de su vida adentrado en los irregulares pasillos de los planteles, sorteando sin pensar, los amenazantes espinos que lo apuntaban desde las hojas. Nunca se había hecho rico, como los patrones, sin embargo, estaba agradecido por lo que esta planta suculenta, noble y persistente, le había proporcionado a lo largo de si vida.
Los jóvenes de hoy huían del campo, buscaban sus sueños en la ciudad, y es cierto, Catalino sabe que ahí está el dinero. Pero para él había cosas mucho más importantes que el dinero. Adoraba el silencio, disfrutaba el olor del rocío por la mañana, y leña quemándose por la tarde, Le gustaba sentir el sol sobre la curtida piel de su rostro. Pero sobretodo, le gustaba vivir en la tranquilidad, “cosa incomprensible para muchos citadinos” decía.
A mí me llamaba compadre. Nunca me gustó la palabra patrón, así que muchos años atrás, cuando me pidió que fuera el padrino de bautizo de su chilpayate, encontré la excusa perfecta para empezar a llamarlo compadre. Él siguió mi ejemplo y muchos años después, le estoy agradecido. Su abuelo, había trabajado con mi abuelo, su padre con mi padre, y él había empezado a trabajar conmigo cuando falleció mi padre, yo era apenas un poco más que un adolecente.
Catalino trabajaba incansable, cortando, apilando y amarrando las hojas de henequén, todos los días de su vida. Los únicos períodos de vacaciones eran obligados por alguna enfermedad. Cosa que él lamentaba, no tanto por lo incómodo que pudiera ser la enfermedad, si no por la falta de trabajo.
Una tarde Catalino se encontraba chapeando, dado que era temporada de sequía y el henequén se encontraba café y triste, no lo cortábamos. Yo buscaba como darle trabajo a Catalino, pues él ganaba al destajo y no me gustaba dejarlo sin dinero. Esa tarde Catalino blandía su coa con la furia de un quinceañero, pues en la noche era la fiesta del pueblo, y por primera vez quería terminar pronto para ir a su casa y arreglarse con tiempo.
Nunca se lo imaginó, era un movimiento repetido infinidad de veces, bajó la mano para arrancar una raíz, y sin previo aviso, lo sintió. No tuvo tiempo de ver qué lo había atacado, pero los dos puntos rojos en su dedo índice izquierdo, eran inconfundibles. No sabía si era psicológico, pero en cuestión de segundos comenzó a sentir el veneno en su dedo, espeso y caliente. No dudó; sabía lo que tenía que hacer. Empuño su afilada coa, asentó su dedo sobre una roca saliente de la albarrada, y sin la menor parsimonia, se lo cercenó.
Desenvolvió su paliacate, y como pudo (usando la mano buena y la boca) improvisó un torniquete lo más apretado posible. Un inagotable manantial de sangre roja y brillante le brotaba del muñoncito, nunca había visto tanta sangre humana en su vida; sin embargo, no se asustó, ni pasó a desmayarse. Metódico y calculador como siempre, montó su bicicleta y se dirigió a donde el doctor del pueblo, un residente de medicina que se declaró imposibilitado ante la falta de herramientas, y lo mandó en la ambulancia de traslado al hospital público de la ciudad. Durante el trayecto, Catalino no pensaba en las dificultades que esto acarrearía, no pensaba en veneno que probablemente tuviera en el cuerpo. Pensaba en la serpiente, esa hija de puta se había salido con la suya. Lo atormentaba a imagen de su dedo cercenado, tirado junto a la albarrada del plantel “chayotitos” sanguinolento y empolvado.
Tres días después, Catalino regresó a su pueblo. Una blanquísima venda le cubría la mano. Vestía los mismos pantalones destintados y deshilachados, la misma guayabera amarillenta manchada con su propia sangre, la misma cachucha que en algún pasado pretendió publicitar alguna marca, hoy sus letras eran ilegibles. El conjunto de su raída indumentaria y su piel morena, destacaban la blancura de la venda. Parecía inmaculada.
Sus amigos y compañeros de trabajo pasaron a su casa a visitarlo. Catalino conto en repetidas ocasiones toda su experiencia, pues nadie estaba enterado de la historia completa, aunque los rumores ya corrían por el pueblo.
Cuando por fin estuvo tranquilo, Catalino salió de su casa, Se sentó en aquel tronco de madera que yacía afuera de su casa, estratégicamente colocado para tomar el fresco, y pensó.
La sensación de haber sido mutilado, de no tener una parte de su cuerpo era sumamente extraña, no dejaba de pensar en su dedo, todas las cosas que habían vivido juntos, las cosas que había hecho con él; empuñar sus herramientas de trabajo, apretar las piernas de su mujer, rascarse el calcañal y  hasta retirarse los mocos de la nariz. Decidió que quería verlo, se le hacía descortés dejarlo ahí tirado, para que se lo coma quien sabe que animal.
Montó su bicicleta y se dirigió al plantel. No tardó mucho en encontrarlo. La sangre café sobre la albarrada blanca delataba su ubicación. Era una masa informe, medio morado y medio verde, hinchado hasta puntos inimaginables. Ya no parecía un dedo, la piel estirada y brillante le daba el aspecto de que estaba a punto de reventar. La uña había quedado minimizada ante su imposibilidad de crecer junto con el resto del dedo.
Catalino no podía creer que ese pedazo de carne, hueso, sangre coagulada y veneno de serpiente había sido parte de su cuerpo. La curiosidad lo embargaba, así que se agachó, tomo una rama que estaba tirada ahí cerca, y sin pensarlo dos veces pinchó su dedo.
Explotó. En seguida sintió que un liquido caliente le pringaba en la cara sintió un sabor amargo y putrefacto en la boca, y un ardor ácido en el ojo derecho. Escupió el líquido, pero el ardor del ojo iba en aumento, era una quemazón persistente, y aun cuando lo lavó con el agua de su botella, no cedió.
Montó de nuevo si bicicleta, y con el ojo derecho cerrado, pedaleó hasta donde estaba el estudiante de medicina, que lavó el ojo sin clemencia, para descubrir que la cornea había sido carcomida por el veneno, inutilizando la retina para siempre. Catalino, por curioso, había quedado ciego de un ojo, ganándose así, el apodo que lo acompaño hasta el día de su muerte: “mochop”
Tomás Ceballos Millet
20/06/2012

lunes, 4 de junio de 2012

Tragedia en bacalar


Después de varias semanas de organización, por fin había llegado el día.
El viaje a bacalar comenzó en el estacionamiento de Liverpool; el camión llegó puntual, y casi toda la gente también, solo tuvimos que esperar por Cuzy, que se lució llegando media hora tarde.
El camión estuvo bastante tranquilo, pues los únicos que estaban tomando eran Bobby y Palomba. Llegamos sin contratiempos al parque de actividades eco turísticas llamado Uchben Kah, En el cual, nos informaron que el desayuno todavía no estaba listo, así que tuvimos que emprender el tour en kayak por la laguna con el estomago vacío. Como organizador, me tocó una pinche canoa para cuatro personas, en la que me embarque con Daniela, Virginie, y Ferdi. La distribución era un pedo y los remos estaban chuecos, por lo que tardamos severos minutos en aprender a maniobrar la endemoniada embarcación. Sin embargo, a pesar de un ligero hundimiento de canoa, causado sin duda por la obesidad de Ferdinando, logramos completar el tour sin contratiempos.
Agotados, subimos a  desayunar a la palapa, y debo de admitir que los huevitos revueltos con cebolla y tomate, y el xixito de frijol nos fue insuficiente a la mayoría, así que nos llenamos lo mejor que pudimos con la sandía cortada en triangulos y la limonada, que era rellenable.
Cuando terminamos de desayunar, nos acomodamos en el camión, y después de pasar lista, nos dirigimos hacia el hotel laguna, para hacer el check in, y descansar un rato. En el camino de regreso, a algún chistoso se le ocurrió abrir la escotilla de arriba del camión para poder fumar, el chofer se encabronó con justa razón, ya que fue soberano desmadre volverla a cerrar.
Cuando llegamos al hotel, la organización de los cuartos fue un real cagadero, pues unos no querían estar con otros, otros querían vista a la laguna, y algunos dudaron hasta de la procedencia de las camas. Afortunadamente, todo se solucionó. Ya instalados en el cuarto, los más valientes se tiraron a nadar en la laguna de los 7 colores, mientras los más huevones se fueron a descansar. A la hora de la comida, juntamos a todo el grupo para ir a comer al cenote azul, el cual, por cierto, nadie peló. Como suele ocurrirme con frecuencia, me harté de todo y decidí regresar caminando al hotel con Mayú y Antó. Aunque tardamos como 45 minutos en llegar al hotel, valió la pena.
Cuando llegó el autobús con el resto del grupo, cada quien hizo lo que le vino en gana, unos empezaron a tomar, otros volvieron a remojarse en la laguna y yo en lo personal. Me eché una siestecita.
Desperté y empezamos a armar el desmadre para la cena, Nos dieron un plato de fajitas con ensalada y arroz, bastante decente. Cuando terminamos de cenar, la gente clamaba por fiesta, así que bajamos el barril de cerveza y unos cuantos pomos con sus respectivos refrescos y hielo. La música supuso un gran problema, pues nunca logramos conectar las bocinas, así que tuvimos que contentarnos con emborracharnos al son de la tranquilidad de la laguna.
Sin música la noche no prosperó, y la gente se fue a dormir. Algunos solos, y los más afortunados, con pareja. Yo platicaba con Daniela en un mirador, hasta que un Palomba semidesnudo asomó por su balcón, y asesinó nuestra plática, no quedó de otra más que ir a dormir.
Cuando llegué a mi cuarto, mis fresquísimos compañeros de habitación, me habían dejado tan solo un pedacito de cama, justo donde se unían los dos colchones, así que literalmente, dormí en la rajada. Sin mencionar que tenía que cuidarme de no rozar a las dos personas que tenía a mis lados, bastante más cerca de lo que me hubiera gustado.
Despertamos aproximadamente a las 8:30 algunos nos bañamos en chinga y descubrimos que había gente esperando desde la 8. El camión llegó a las 9:15 y veinte minutos después casi todo el grupo (Bobby y palomba se habían quedado a emborracharse en el hotel) estaba listo para empezar el tour en bicicletas, por el cual, debo admitir, estaba bastante nervioso debido a mi poquísima habilidad en el manejo de esos aparatos del demonio.
Afortunadamente, las bicicletas estaban ocupadas así que mientras las amables cocineras se encargaban de preparar nuestro desayuno, nos divertimos en una reta de fútbol, en la cual, nuestros adversarios, (Marín, Antó y Mayú) nos vencieron vergonzosamente.
Cuando por fin estuvo listo el desayuno, subimos a la palapa dispuestos a devorar el huevo y el frijolito. No había logrado tragar ni el segundo bocado, cuando a lo lejos escuche unos gritos, no logré entender lo que decían, así que agucé el oído, y escuche la palabra “ayuda”. Aun dubitativo, me levanté de mi asiento, y a pesar de las burlas de mis compañeros, me encaminé hacia donde provenían los gritos, primero caminando, luego corriendo. Llegué a un muelle que sobresalía de las plantas y me dejaba ver por la laguna. Aproximadamente 200 metros a la izquierda, divisé una lancha volteada y a varias personas que pedían ayuda a gritos y con los brazos.
Mientras tanto mis compañeros ya habían entendido que no era una broma y corrieron atrás de mí. Fuimos corriendo, sin zapatos, y nos las ingeniamos para sortear una barricada con alambres de púas, y unos metros después llegamos a un pequeño muelle de piedra. Había aproximadamente 15 metros entre el muelle y la lancha volteada, había algunas personas sobre ella.
Reinaba la confusión, los gritos desesperados de las personas llenaban el ambiente, y escuché que alguien atrás de mí dijera “veo sangre”. Yo sabía que no hay tiburones en la laguna, sin embargo, lo primero que vino a mi mente fue un cocodrilo; así que le advertí a mis compañeros que no se tiraran al agua. Después de varios infructuosos intercambios de gritos, logré entender que no había ningún animal, si no que la lancha se había volteado, y la gente no sabía nadar… Se estaban ahogando.
Nos tiramos al agua 4 o 5 personas, a partir de ese momento, cada quien tiene una historia que contar. Ante mi imposibilidad de contarles todas, les relataré la mía.
Mi prioridad en ese momento era que nadie se ahogara, la primera niña a la que alcancé, tendría aproximadamente 11 años, y estaba bastante tranquila,  así que le dije que se agarrara de mi espalda mientras la llevaba a la lancha volteada, (era una lanchita de aluminio con capacidad como para 5 personas) La subí y nadé a por la siguiente, en mi camino me encontré a un niño de unos dos o tres años al que tomé por las nalguitas sin dificultad y lo impulse hacia la lancha volteada. La niña de 11 años lo tomó en brazos.
Justo en ese momento, alguien me llamó, volteé para encontrarme a Antó, luchando con una señora bastante pasada de peso, entre 35 y cuarenta años de edad, en un clarísimo estado de shock, pues se agitaba como poseída por el demonio de Poseidón. Entre los dos logramos dominarla, pero el francés, que llevaba rato luchando con ella, ya estaba cansado y ella no dejaba de revolverse contra nosotros, metiendo su cabeza al agua, sin dejarse ayudar.
Hay muchas imágenes de ese día que me acompañarán hasta el día de mi muerte, pero sin duda una de ellas, es la cara de la señora, en estado de shock, con los labios azules, y los ojos desorbitados, gritándome “se me acabó el tiempo” a modo de reclamo. Mi reacción fue instantánea, Aún mas endemoniado  que ella, le grité “no se te acabó ni puta madre” y sacando fuerzas de la adrenalina, la tomé del pelo, y de las costuras del short, y con la ayuda de Antó, logramos subir la mitad de su cuerpo, a una canoa que había llegado para ayudar.
La señora, no contenta con el desmadre que había armado, seguía revolviéndose como pez fuera del agua, hasta que logró volcar la canoa. Entre todos enderezamos la canoa, y después de luchar con ella otro rato, logramos mandarla a tierra.
Después hubo un momento de calma, los gritos mermaron, y no se veía en la laguna, a nadie en peligro de ahogarse, pero la historia aun comenzaba…
Me encontré flotando en la laguna junto con Ferdy y Virginie, alguien me dijo que revise debajo de la lancha volteada, lo cual hice, pero el agua estaba demasiado turbia, y no pude ver un carajo.
Con un mal presentimiento, decidí des voltear la lancha, y usando mi experiencia en volcaduras de motos acuáticas, me subí a la lancha volteada, coloque mis pies en un extremo, e inclinándome, sujeté con mis manos el otro extremo, en esa posición, dejé mi cuerpo caer al agua, y la lancha giró conmigo.
No hay palabras, en español, inglés, alemán o ningún oro idioma, para explicar lo que sentí, cuando vi que adentro de la lancha, semi-hundida, estaba el cuerpo de un niño de unos 5 años de edad, totalmente sumergido. Lo más rápido que pude, subí a la lancha, el niño había estado ahí por aproximadamente 10 minutos, yo no quería creerlo, sin embargo, la fría lógica presagiaba lo peor.
No podía darme por vencido, así que lo tomé del tronco y tiré de él. No pude sacarlo, su cabeza había quedado atorada entre el motor y el piso de la lancha, el agua que lo cubría estaba turbia, así que no podía ver su rostro, pero el hecho de que no moviera ni un músculo me ponía aun más nervioso. Sabía que competía contra el tiempo, así que tomé su carita con ambas mano, y tiré con fuerza; temía lastimarlo, sin embargo, una cordada era mejor que no poder respirar. Fue inútil, el niño estaba atascado, yo no sabía qué hacer, el miedo me invadía y mi desesperación iba en aumento a pasos agigantados. Alguna sabia voz me gritó que desatornillara el motor, y localicé dos manijas giratorias, a las cuales di vuelta lo más rápido que pude, en alguna de las vueltas, el niño por fin quedo libre.
Me lo eché a la espalda justo en el momento en el que se acercaba una lancha un poco más grande. Le grité y de un salto me encontré en ella con el niño en un brazo, le dije al lanchero que nos llevara al muelle, y acto seguido hice lo único que se me vino a la mente: acosté al niño sobre uno de los asientos de la lancha; por fin pude ver su cara, parecía estar dormido, tenía los ojos cerrados, y los labios ligeramente azules. Una espesa espuma color moco, le salía por la nariz. Deseando que la vida real fuera como en las películas, limpié la substancia con la mano, tapé su nariz con los dedos, y le día dos inspiraciones boca-boca, seguido de 10 pulsaciones al corazón para tratar de reanimarlo, chequé su pulso en el cuello y en la muñeca, y no encontré ni el más ligero atisbo. Repetí el procedimiento 3 veces con la lancha en movimiento, cuando llegamos al muelle, el guía del parque se bajo a la lancha en la que estábamos y entre los dos, le dimos RCP al niño. No sé cuantas veces repetimos el procedimiento, pero estuvimos con él aproximadamente 10 minutos, hasta que, de la nada, respiró por sí mismo.
Fue un alivio inimaginable, aunque las inspiraciones eran con dificultad, el niño estaba vivo. El color le regresó y poco a poco, empezó a mover los parpados. Loretta me dio su aparato para el asma con la esperanza de que eso lo ayude a respirar mejor, estaba claro que tenía agua en los pulmones, pues se escuchaba cada vez que respiraba, sin embargo estaba vivo, y eso era lo que importaba. Derrepente, y sin previo aviso, alguien gritó “ya salió otro” como pudimos, y a pesar de la resistencia del papá subimos al niño que ya estaba respirando al muelle y en la lancha de motor, seguimos la voz de amador, teniendo cuidado de no lastimar a nadie con la propela. Desde la laguna, amador, levantó al niño, yo lo tomé de las axilas, y lo coloqué en el asiento de la lancha, justo como había hecho con el primero. Cuando le vi la cara noté que tenía los ojos desorbitados, y los labios azules, y la misma mucosidad espumosa que le salía de la nariz, lo limpié con la mano lo mejor que pude y comencé a darle RCP . Pero había algo diferente al primer niño, el aire no pasaba igual ni en la misma cantidad. Además, cuando aplicaba las pulsaciones al corazón, los restos de comida le salían por la boca, El sabor del vomito con churritos,  me había provocado tanto, que estuve a punto de vomitar, sin embargo, en ese momento no podía darle mucha importancia, a mi asco, así que seguí con la RCP lo mejor que pude. Cuando llegamos al muelle, el guía del parque me ayudó a darle RCP al niño, como lo había hecho con el anterior. No tenía pulso, y no mostraba ningún signo de recuperación. Calculo que estuve con él aproximadamente 6 minutos antes de que el grito de “ya salió otra” me sacudiera. El niño no había respirado, sin embargo se lo di a alguien en el muelle y fui en la lancha a buscar al otro niño.
Loretta me entregó desde el agua a una niña… la tomé de las axilas, y repetí el procedimiento una vez más. Cuando metí mi dedo para abrirle la boca, no pude dejar de notar que su lengua estaba contraída en una posición extraña. Era evidente que se había tomado un yogurt de fresa poco antes del accidente, pues el sabor era inconfundible, estuve a punto de vomitar de nuevo, pero cuando llegué al muelle el guía me relevó de nuevo, yo daba las pulsaciones y el la respiración de boca a boca, mientras tanto un señor con uniforme de de Pemex, le daba al niño un torpe RCP sin ninguna compasión, aplastándole el estomago con fuerza excesiva, traté de corregirlo mientras seguía con las pulsaciones a la niña, y Daniela me seguía diciendo que me concentre en lo que hacía. Poco después, Lukas relevó al guía del parque, y entre los dos seguimos dándole RCP, El padre de la niña se me acercó y me preguntó si la niña estaba respirando. No supe que contestar,  su injustificado optimismo me partió el corazón.
Después de aproximadamente 15 minutos con la niña y un par de lagrimas derramadas, amador tomó mi lugar, y yo salí de la escena, un tanto abatido, pues ninguno de los dos niños había reaccionado. Llevamos en una camilla a la señora que había entrado en shock y que ya estaba mucho más tranquila, aunque seguía balbuceando incoherencias, seguramente el cansancio la había agotado.
El paramédico declaró al niño como fallecido, por lo cual sacaron el cuerpo de donde estaba el alboroto, lo asentaron junto a la ambulancia, cubierto de chalecos. La imagen era un tanto irrespetuosa, por lo que mayu pidió que consiguieran una sábana, no paso mucho tiempo hasta que consiguieron una sabana para cubrir completamente el cuerpo del niño.
No pasaron ni 5 minutos, hasta que llego un señor seco, aparentemente sin saber muy bien lo que estaba pasando, con expresión aturdida se acercó a la manta, la levantó y quedó claro que el cuerpo que encontró, era el de su hijo.
Mayú me apretó el brazo y eso me hizo reaccionar y darme cuenta de que ya no teníamos nada que hacer ahí, nuestro papel había terminado. Solo seríamos intrusos en medio del dolor de una familia. Empezamos a juntar a nuestro grupo para tomar el autobús.
En el camión, rumbo a las ruinas, reinaba el silencio, todos estaban sumidos en sus pensamientos, debatiéndose con los incontables “hubieras” y tratando de asimilar todo lo que nos había tocado vivir. Desenredando las casualidad que pasaron para que nos encontráramos en el momento correcto a en el lugar indicado. Nada me gustaría más que poder decir que hubo saldo blanco. Pero la realidad es que dos niños murieron ese día. Y no me atrevería a deshonrarlos con esa mentira.
Sin embargo, aunque resulte difícil, hay que mirar las cosas del lado positivo, no quiero ni imaginarme lo que hubiera pasado, si las casualidades se hubieran desarrollado diferente.

Tomás Ceballos Millet
4/06/12