Después de varias
semanas de organización, por fin había llegado el día.
El viaje a bacalar
comenzó en el estacionamiento de Liverpool; el camión llegó puntual, y casi
toda la gente también, solo tuvimos que esperar por Cuzy, que se lució llegando
media hora tarde.
El camión estuvo
bastante tranquilo, pues los únicos que estaban tomando eran Bobby y Palomba.
Llegamos sin contratiempos al parque de actividades eco turísticas llamado
Uchben Kah, En el cual, nos informaron que el desayuno todavía no estaba listo,
así que tuvimos que emprender el tour en kayak por la laguna con el estomago
vacío. Como organizador, me tocó una pinche canoa para cuatro personas, en la
que me embarque con Daniela, Virginie, y Ferdi. La distribución era un pedo y
los remos estaban chuecos, por lo que tardamos severos minutos en aprender a
maniobrar la endemoniada embarcación. Sin embargo, a pesar de un ligero
hundimiento de canoa, causado sin duda por la obesidad de Ferdinando, logramos
completar el tour sin contratiempos.
Agotados, subimos
a desayunar a la palapa, y debo de
admitir que los huevitos revueltos con cebolla y tomate, y el xixito de frijol
nos fue insuficiente a la mayoría, así que nos llenamos lo mejor que pudimos
con la sandía cortada en triangulos y la limonada, que era rellenable.
Cuando terminamos
de desayunar, nos acomodamos en el camión, y después de pasar lista, nos
dirigimos hacia el hotel laguna, para hacer el check in, y descansar un rato.
En el camino de regreso, a algún chistoso se le ocurrió abrir la escotilla de
arriba del camión para poder fumar, el chofer se encabronó con justa razón, ya
que fue soberano desmadre volverla a cerrar.
Cuando llegamos al
hotel, la organización de los cuartos fue un real cagadero, pues unos no
querían estar con otros, otros querían vista a la laguna, y algunos dudaron
hasta de la procedencia de las camas. Afortunadamente, todo se solucionó. Ya
instalados en el cuarto, los más valientes se tiraron a nadar en la laguna de
los 7 colores, mientras los más huevones se fueron a descansar. A la hora de la
comida, juntamos a todo el grupo para ir a comer al cenote azul, el cual, por
cierto, nadie peló. Como suele ocurrirme con frecuencia, me harté de todo y
decidí regresar caminando al hotel con Mayú y Antó. Aunque tardamos como 45
minutos en llegar al hotel, valió la pena.
Cuando llegó el
autobús con el resto del grupo, cada quien hizo lo que le vino en gana, unos
empezaron a tomar, otros volvieron a remojarse en la laguna y yo en lo
personal. Me eché una siestecita.
Desperté y
empezamos a armar el desmadre para la cena, Nos dieron un plato de fajitas con
ensalada y arroz, bastante decente. Cuando terminamos de cenar, la gente
clamaba por fiesta, así que bajamos el barril de cerveza y unos cuantos pomos
con sus respectivos refrescos y hielo. La música supuso un gran problema, pues
nunca logramos conectar las bocinas, así que tuvimos que contentarnos con
emborracharnos al son de la tranquilidad de la laguna.
Sin música la noche
no prosperó, y la gente se fue a dormir. Algunos solos, y los más afortunados,
con pareja. Yo platicaba con Daniela en un mirador, hasta que un Palomba
semidesnudo asomó por su balcón, y asesinó nuestra plática, no quedó de otra
más que ir a dormir.
Cuando llegué a mi
cuarto, mis fresquísimos compañeros de habitación, me habían dejado tan solo un
pedacito de cama, justo donde se unían los dos colchones, así que literalmente,
dormí en la rajada. Sin mencionar que tenía que cuidarme de no rozar a las dos
personas que tenía a mis lados, bastante más cerca de lo que me hubiera
gustado.
Despertamos
aproximadamente a las 8:30 algunos nos bañamos en chinga y descubrimos que
había gente esperando desde la 8. El camión llegó a las 9:15 y veinte minutos
después casi todo el grupo (Bobby y palomba se habían quedado a emborracharse
en el hotel) estaba listo para empezar el tour en bicicletas, por el cual, debo
admitir, estaba bastante nervioso debido a mi poquísima habilidad en el manejo
de esos aparatos del demonio.
Afortunadamente,
las bicicletas estaban ocupadas así que mientras las amables cocineras se
encargaban de preparar nuestro desayuno, nos divertimos en una reta de fútbol,
en la cual, nuestros adversarios, (Marín, Antó y Mayú) nos vencieron
vergonzosamente.
Cuando por fin
estuvo listo el desayuno, subimos a la palapa dispuestos a devorar el huevo y
el frijolito. No había logrado tragar ni el segundo bocado, cuando a lo lejos
escuche unos gritos, no logré entender lo que decían, así que agucé el oído, y
escuche la palabra “ayuda”. Aun dubitativo, me levanté de mi asiento, y a pesar
de las burlas de mis compañeros, me encaminé hacia donde provenían los gritos,
primero caminando, luego corriendo. Llegué a un muelle que sobresalía de las
plantas y me dejaba ver por la laguna. Aproximadamente 200 metros a la
izquierda, divisé una lancha volteada y a varias personas que pedían ayuda a
gritos y con los brazos.
Mientras tanto mis
compañeros ya habían entendido que no era una broma y corrieron atrás de mí. Fuimos
corriendo, sin zapatos, y nos las ingeniamos para sortear una barricada con
alambres de púas, y unos metros después llegamos a un pequeño muelle de piedra.
Había aproximadamente 15 metros entre el muelle y la lancha volteada, había
algunas personas sobre ella.
Reinaba la
confusión, los gritos desesperados de las personas llenaban el ambiente, y
escuché que alguien atrás de mí dijera “veo sangre”. Yo sabía que no hay
tiburones en la laguna, sin embargo, lo primero que vino a mi mente fue un
cocodrilo; así que le advertí a mis compañeros que no se tiraran al agua.
Después de varios infructuosos intercambios de gritos, logré entender que no
había ningún animal, si no que la lancha se había volteado, y la gente no sabía
nadar… Se estaban ahogando.
Nos tiramos al agua
4 o 5 personas, a partir de ese momento, cada quien tiene una historia que
contar. Ante mi imposibilidad de contarles todas, les relataré la mía.
Mi prioridad en ese
momento era que nadie se ahogara, la primera niña a la que alcancé, tendría
aproximadamente 11 años, y estaba bastante tranquila, así que le dije que se agarrara de mi espalda
mientras la llevaba a la lancha volteada, (era una lanchita de aluminio con
capacidad como para 5 personas) La subí y nadé a por la siguiente, en mi camino
me encontré a un niño de unos dos o tres años al que tomé por las nalguitas sin
dificultad y lo impulse hacia la lancha volteada. La niña de 11 años lo tomó en
brazos.
Justo en ese
momento, alguien me llamó, volteé para encontrarme a Antó, luchando con una
señora bastante pasada de peso, entre 35 y cuarenta años de edad, en un
clarísimo estado de shock, pues se agitaba como poseída por el demonio de
Poseidón. Entre los dos logramos dominarla, pero el francés, que llevaba rato
luchando con ella, ya estaba cansado y ella no dejaba de revolverse contra
nosotros, metiendo su cabeza al agua, sin dejarse ayudar.
Hay muchas imágenes
de ese día que me acompañarán hasta el día de mi muerte, pero sin duda una de
ellas, es la cara de la señora, en estado de shock, con los labios azules, y
los ojos desorbitados, gritándome “se me acabó el tiempo” a modo de reclamo. Mi
reacción fue instantánea, Aún mas endemoniado
que ella, le grité “no se te acabó ni puta madre” y sacando fuerzas de
la adrenalina, la tomé del pelo, y de las costuras del short, y con la ayuda de
Antó, logramos subir la mitad de su cuerpo, a una canoa que había llegado para
ayudar.
La señora, no
contenta con el desmadre que había armado, seguía revolviéndose como pez fuera
del agua, hasta que logró volcar la canoa. Entre todos enderezamos la canoa, y
después de luchar con ella otro rato, logramos mandarla a tierra.
Después hubo un
momento de calma, los gritos mermaron, y no se veía en la laguna, a nadie en
peligro de ahogarse, pero la historia aun comenzaba…
Me encontré
flotando en la laguna junto con Ferdy y Virginie, alguien me dijo que revise
debajo de la lancha volteada, lo cual hice, pero el agua estaba demasiado
turbia, y no pude ver un carajo.
Con un mal
presentimiento, decidí des voltear la lancha, y usando mi experiencia en volcaduras
de motos acuáticas, me subí a la lancha volteada, coloque mis pies en un
extremo, e inclinándome, sujeté con mis manos el otro extremo, en esa posición,
dejé mi cuerpo caer al agua, y la lancha giró conmigo.
No hay palabras, en
español, inglés, alemán o ningún oro idioma, para explicar lo que sentí, cuando
vi que adentro de la lancha, semi-hundida, estaba el cuerpo de un niño de unos
5 años de edad, totalmente sumergido. Lo más rápido que pude, subí a la lancha,
el niño había estado ahí por aproximadamente 10 minutos, yo no quería creerlo,
sin embargo, la fría lógica presagiaba lo peor.
No podía darme por
vencido, así que lo tomé del tronco y tiré de él. No pude sacarlo, su cabeza
había quedado atorada entre el motor y el piso de la lancha, el agua que lo
cubría estaba turbia, así que no podía ver su rostro, pero el hecho de que no
moviera ni un músculo me ponía aun más nervioso. Sabía que competía contra el
tiempo, así que tomé su carita con ambas mano, y tiré con fuerza; temía
lastimarlo, sin embargo, una cordada era mejor que no poder respirar. Fue
inútil, el niño estaba atascado, yo no sabía qué hacer, el miedo me invadía y
mi desesperación iba en aumento a pasos agigantados. Alguna sabia voz me gritó
que desatornillara el motor, y localicé dos manijas giratorias, a las cuales di
vuelta lo más rápido que pude, en alguna de las vueltas, el niño por fin quedo
libre.
Me lo eché a la
espalda justo en el momento en el que se acercaba una lancha un poco más
grande. Le grité y de un salto me encontré en ella con el niño en un brazo, le
dije al lanchero que nos llevara al muelle, y acto seguido hice lo único que se
me vino a la mente: acosté al niño sobre uno de los asientos de la lancha; por
fin pude ver su cara, parecía estar dormido, tenía los ojos cerrados, y los
labios ligeramente azules. Una espesa espuma color moco, le salía por la nariz.
Deseando que la vida real fuera como en las películas, limpié la substancia con
la mano, tapé su nariz con los dedos, y le día dos inspiraciones boca-boca,
seguido de 10 pulsaciones al corazón para tratar de reanimarlo, chequé su pulso
en el cuello y en la muñeca, y no encontré ni el más ligero atisbo. Repetí el
procedimiento 3 veces con la lancha en movimiento, cuando llegamos al muelle,
el guía del parque se bajo a la lancha en la que estábamos y entre los dos, le
dimos RCP al niño. No sé cuantas veces repetimos el procedimiento, pero
estuvimos con él aproximadamente 10 minutos, hasta que, de la nada, respiró por
sí mismo.
Fue un alivio
inimaginable, aunque las inspiraciones eran con dificultad, el niño estaba
vivo. El color le regresó y poco a poco, empezó a mover los parpados. Loretta
me dio su aparato para el asma con la esperanza de que eso lo ayude a respirar
mejor, estaba claro que tenía agua en los pulmones, pues se escuchaba cada vez
que respiraba, sin embargo estaba vivo, y eso era lo que importaba. Derrepente,
y sin previo aviso, alguien gritó “ya salió otro” como pudimos, y a pesar de la
resistencia del papá subimos al niño que ya estaba respirando al muelle y en la
lancha de motor, seguimos la voz de amador, teniendo cuidado de no lastimar a
nadie con la propela. Desde la laguna, amador, levantó al niño, yo lo tomé de
las axilas, y lo coloqué en el asiento de la lancha, justo como había hecho con
el primero. Cuando le vi la cara noté que tenía los ojos desorbitados, y los
labios azules, y la misma mucosidad espumosa que le salía de la nariz, lo
limpié con la mano lo mejor que pude y comencé a darle RCP . Pero había algo
diferente al primer niño, el aire no pasaba igual ni en la misma cantidad. Además,
cuando aplicaba las pulsaciones al corazón, los restos de comida le salían por
la boca, El sabor del vomito con churritos,
me había provocado tanto, que estuve a punto de vomitar, sin embargo, en
ese momento no podía darle mucha importancia, a mi asco, así que seguí con la
RCP lo mejor que pude. Cuando llegamos al muelle, el guía del parque me ayudó a
darle RCP al niño, como lo había hecho con el anterior. No tenía pulso, y no
mostraba ningún signo de recuperación. Calculo que estuve con él
aproximadamente 6 minutos antes de que el grito de “ya salió otra” me
sacudiera. El niño no había respirado, sin embargo se lo di a alguien en el
muelle y fui en la lancha a buscar al otro niño.
Loretta me entregó
desde el agua a una niña… la tomé de las axilas, y repetí el procedimiento una
vez más. Cuando metí mi dedo para abrirle la boca, no pude dejar de notar que
su lengua estaba contraída en una posición extraña. Era evidente que se había
tomado un yogurt de fresa poco antes del accidente, pues el sabor era
inconfundible, estuve a punto de vomitar de nuevo, pero cuando llegué al muelle
el guía me relevó de nuevo, yo daba las pulsaciones y el la respiración de boca
a boca, mientras tanto un señor con uniforme de de Pemex, le daba al niño un
torpe RCP sin ninguna compasión, aplastándole el estomago con fuerza excesiva,
traté de corregirlo mientras seguía con las pulsaciones a la niña, y Daniela me
seguía diciendo que me concentre en lo que hacía. Poco después, Lukas relevó al
guía del parque, y entre los dos seguimos dándole RCP, El padre de la niña se
me acercó y me preguntó si la niña estaba respirando. No supe que contestar, su injustificado optimismo me partió el corazón.
Después de
aproximadamente 15 minutos con la niña y un par de lagrimas derramadas, amador
tomó mi lugar, y yo salí de la escena, un tanto abatido, pues ninguno de los
dos niños había reaccionado. Llevamos en una camilla a la señora que había
entrado en shock y que ya estaba mucho más tranquila, aunque seguía balbuceando
incoherencias, seguramente el cansancio la había agotado.
El paramédico declaró
al niño como fallecido, por lo cual sacaron el cuerpo de donde estaba el alboroto,
lo asentaron junto a la ambulancia, cubierto de chalecos. La imagen era un
tanto irrespetuosa, por lo que mayu pidió que consiguieran una sábana, no paso
mucho tiempo hasta que consiguieron una sabana para cubrir completamente el
cuerpo del niño.
No pasaron ni 5
minutos, hasta que llego un señor seco, aparentemente sin saber muy bien lo que
estaba pasando, con expresión aturdida se acercó a la manta, la levantó y quedó
claro que el cuerpo que encontró, era el de su hijo.
Mayú me apretó el
brazo y eso me hizo reaccionar y darme cuenta de que ya no teníamos nada que
hacer ahí, nuestro papel había terminado. Solo seríamos intrusos en medio del
dolor de una familia. Empezamos a juntar a nuestro grupo para tomar el autobús.
En el camión, rumbo
a las ruinas, reinaba el silencio, todos estaban sumidos en sus pensamientos, debatiéndose
con los incontables “hubieras” y tratando de asimilar todo lo que nos había
tocado vivir. Desenredando las casualidad que pasaron para que nos encontráramos
en el momento correcto a en el lugar indicado. Nada me gustaría más que poder
decir que hubo saldo blanco. Pero la realidad es que dos niños murieron ese día.
Y no me atrevería a deshonrarlos con esa mentira.
Sin embargo, aunque
resulte difícil, hay que mirar las cosas del lado positivo, no quiero ni
imaginarme lo que hubiera pasado, si las casualidades se hubieran desarrollado
diferente.
Tomás Ceballos Millet
4/06/12